jueves, 29 de diciembre de 2011

Volver


Y el ansiado, temido y cacareado regreso, aconteció. Volví a Medellín en plan de vacaciones, en pleno fin de año y por momentos me da la impresión de no haberme ido nunca. Volver a lo propio, al lugar que es de uno y que conformó gran parte de lo que uno es, se torna una operación casi natural. 


La ciudad tiene cosas nuevas, pero es en esencia la misma y estar en ella, recorrer sus calles y visitar los lugares que me gustan es como retomar la vida luego de haberle puesto “pause", como a una película. Al menos eso parece al principio y a grandes rasgos, porque entrados en detalles y mirando más de cerca, la película no se detuvo. Por supuesto que no lo hizo pues, para empezar, no es una. Las vidas de todos siguieron su rumbo y algunos ya no viven en las casas que conocí, otros están casados, algunos cambiaron de trabajo o salieron de la universidad, mi gato ahora ya no es sólo mi mascota sino la de toda la familia y el tiempo hizo pequeñas fisuras en los vínculos, imperceptibles la mayoría pero que en ciertos momentos se perciben. 


Nada es grave ni irremediable; todo hace parte del camino que elegí recorrer este año y que me llevó un poco más lejos que de costumbre, más al sur, donde estaba puesta desde hace mucho una parte de mis sueños. No diré que ha sido fácil: en otros escritos he dejado entrever las dudas, la tristeza, las incertidumbres. Sin embargo, no tengo nada de qué quejarme: ha sido lo que quise, lo que decidí y he vivido también momentos maravillosos, me he reído a carcajadas, he conocido la tranquilidad en todas sus formas, he aprendido lo indecible. 


Los que me conocen hace tiempo y están aquí, en el lugar al que volví y desde donde hoy escribo, han sabido acompañarme en mi decisión y en la distancia, haciéndola menos pesada y abriendo de nuevo sus brazos a mi retorno, haciéndome otra vez un lugar en el mundo. Y los que están allá, en mi nuevo espacio vital, me han recibido con toda la disposición para hacerme sentir como en casa, para mostrarme cómo se vive lejos de ella y cómo es posible querer a más personas, hacer nuevos amigos y reconocer las muchas caras que tiene la existencia. 

A los de aquí, a los de allá, a los virtuales, infinitas gracias por haber hecho de este año uno que jamás voy a olvidar.



lunes, 5 de diciembre de 2011

Buenos Aires, a solas con vos


Se me va la vida parodiando títulos, lo sé. Usaré en mi defensa a Kundera, quien sabiamente dijo: “Gente hay mucha, ideas pocas: todos pensamos aproximadamente lo mismo y las ideas nos las traspasamos, las pedimos prestadas, las robamos”

Esta vez el parodiado es Gonzalo Arango (1), que tuvo su momento de soledad con Medellín y le dedicó algunas de las palabras más bonitas que le han dicho a esa ciudad de contrastes y pasiones. No pude evitar pensar en “Medellín, a solas contigo” a partir de mi experiencia de los últimos días en Buenos Aires, ciudad que ha vuelto a recibirme momentáneamente antes del viaje de vacaciones a Colombia.

A diferencia de mi primera vez como su habitante de tiempo completo, llego a un lugar que ya conozco, que puedo recorrer sin preguntar…

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Sola en Buenos Aires. Sola y en una casa vacía. La ciudad, mi soledad y yo hechas una cada noche, rodeadas de silencio y de un viento que llora en vez de silbar, que por momentos parece gritar. Oscuridad parcial y una ventana en un piso muy alto, edificios que se apiñan unos sobre otros y que no me permiten ver ni siquiera el Obelisco, pese a que la zona en que se encuentra debería estar –al menos en teoría- dentro del campo visual que esta altura me otorga.

Cemento y más cemento, y montones de lucecitas rojas que titilan y se burlan de mi incomunicación forzada, me recuerdan que allá afuera hay miles de casas que cuentan con televisión satelital e internet, mientras yo a duras penas cuento con una lámpara para moverme por la casa. Con el paso de los días he dejado de necesitarla. El espacio es pequeño y no hay mucho con lo que pueda tropezarme, así que prefiero apagarla para hacerla cómplice de la oscuridad.

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Ah, la oscuridad, ese bien tan escaso desde hace poco menos de un mes, cuando la primavera decidió vestirse presurosamente de verano y hacer que los días sean larguísimos y las noches de una brevedad que me agobia y me entristece porque soy de esos seres tipo gato, que prefieren el silencio y la penumbra, que no saben qué hacer con tanto calor y tanta luz. Pero Argentina es así, un país con estacione, de extremos, y me dio ya su cuota de días helados y grises que también fueron difíciles porque yo estaba acostumbrada a días –digamos– balanceados, con sol entre las 6 y las 18 y oscuridad las 12 horas siguientes. Pero qué se le va a hacer, es el karma de vivir al sur que tengo que asumir por haber abandonado el centro de la tierra.

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Vuelvo a Buenos Aires y mi soledad en ella. Del cemento he dicho suficiente, pero no hablé todavía del ritmo de las calles, de su “acelere” perpetuo, ese estado vertiginoso que no se detiene ni en domingo. Ayer salí a caminar por Corrientes y estaba igual que en un día se semana, con mares de gente que caminaban también, iban al teatro, buscaban libros, miraban un partido de fútbol, y no uno cualquiera, pues la emoción podía respirarse y su causa estaba reflejada en esas camisetas azules y amarillas que muchos lucían con orgullo y felicidad, haciendo de cualquier esquina o café un ámbito de complicidad y camaradería. Buenos Aires ayer se llamaba Boca Juniors, o al menos eso decía el eco de los cánticos que brotaban por donde quiera que pasaba y que en la 9 de Julio con Corrientes tomaba cuerpo en una masa cargada de banderas que celebraba cada gol como si su vida toda dependiera del resultado del partido. Y tal vez lo hace, o al menos lo parece en esos 90 minutos en los que ninguna otra cosa importa y sólo puede respirarse una pasión que vibra y que los une a todos por un rato, los saca del cacareado individualismo porteño.        

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Recordé que siempre me ha parecido mágico ese efecto de cohesión que propicia el fútbol y que disfruto enormemente de esos momentos de finales nacionales o mundiales cuando uno sabe que en cada casa hay al menos una persona frente al televisor, con la vida suspendida mientras el partido se juega, y son entonces millones de personas listas para lamentarse o celebrar lo que suceda. Pocas cosas me sobrecogen tanto como el grito generalizado de “goooooooooooooool” o la exclamación de un “Uhhhh” cuando algo sale mal, y que hacen eco sobre la ciudad, un eco espontáneo que producen todas esas voces que se expresan al unísono sin haberse puesto de acuerdo previamente, sin estar reunidas en ningún lugar particular, estando por una vez cada tanto tiempo conectadas en torno a lo mismo, a un ideal superfluo quizá, pero que da cuenta de que existe al menos la posibilidad de comunión, aunque no dure. Lo efímero no quita lo sublime.

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Cosas así me hace pensar Buenos Aires cuando estoy a solas con ella, y otras tantas que tal vez escriba después, cuando el cansancio deje de vencerme. 



(1) Aquí, "Medellín, a solas contigo": http://www.gonzaloarango.com/ideas/medellin.html