martes, 27 de marzo de 2012

En esta estación me bajo yo

Confirmado: no me gustan las estaciones. Ese salto extremo de los muchos grados a los ínfimos me hace mal, me daña el genio, me agrieta los días. 

Los extremos no son lo mío. Qué vivan el trópico y la dialéctica, los puntos intermedios, los calorcitos suaves, el viento fresco pero no gélido.

Te quiero mucho, Argentina, pero nunca podré acostumbrarme a tus vaivenes. No llores por mí, que de las lágrimas me encargo yo. 


Imagen tomada de: http://magic-astrid-potter.blogcindario.com/2011/12/00235-un-ano-mas-salvador-novo.html

jueves, 8 de marzo de 2012

Y nací mujer...

Ser mujer fue algo que simplemente me pasó. Mi padre puso su cromosoma "x" y, plaff, resultó que su primogénita fue una niña, aunque el nombre que siempre había pensado para tan importante ocasión era masculino. Por fortuna después llegaron mis hermanos, ambos varones, y pudo usar su amado nombre (reflejo en pequeño del suyo) sin hacer maromas.

Igual algo de ese deseo de que fuera niño me transmitió, unas dosis de manera inconsciente y otras cuantas cuando, en cada cumpleaños me cantaba o me hacía cantar "Niña bonita", pretendiendo que semejante confesión me hiciera feliz. No sé si conocen la canción pero, para que sepan, empieza diciendo lo siguiente:

Yo creo que a todos los hombres
les debe pasar lo mismo
que cuando van a ser padres
quisieran tener un niño

Luego les nace una niña
sufren una decepción
y después la quieren tanto
que hasta cambian de opinión.

Cada cumpleaños -lo confieso- terminaba secretamente enojada, y a eso de los once comencé a protestar oficialmente por esa dedicatoria obligada que al final decía que a uno lo querían mucho, pero casi que por pura resignación. Igual no hubo poder humano que impidiera que mi papá siguiera vinculándome con ella y todavía jura y come tierra que es la canción más bella que un padre puede dedicarle a su hija. Y yo aprendí a quererlo así.

El caso es que jamás fui demasiado femenina, jugaba fútbol cuando no estaba de moda entre las mujeres, me vestía con ropa bastante ancha y alguna vez uno de esos niños que derrochan sinceridad, luego de mirarme fijamente por varios minutos tuvo que preguntarme que yo qué era: si niño o niña (para entonces yo tendría unos trece años). Claro que también tuve muñecas, vestí barbies, me puse tiernos vestiditos, pero a la larga me hacían más feliz los planes más gamines y me gustaba salir a correr por el barrio o montar en patines que reunirme con mis amigas a jugar con el pequeño pony.

Mi mamá, pese a que me miraba con cierto desconsuelo, nunca me impidió que hiciera lo que quería, no me obligó a quedarme quietecita y bien sentada, no se enojó cuando le dije que yo con mucho gusto le ayudaba a organizar la casa si mis hermanos también lo hacían y, en una muestra de estoicismo supremo, se resignó ante mi negativa rotunda a tener fiesta de 15. A esas alturas, parece que comprendió que ya nada podía hacer para cambiarme y convertirme en muñequita y decidió quererme así, tan impulsiva y repelente como era.

Hoy me puse a pensar en esto por aquello del día de la mujer, del que han hablado todo el día en las redes sociales -unos dejando flores virtuales, otros burlándose, unos cuantos más recordando el sentido histórico de esta fecha y muchas también expresando la molestia que les causa-.

Me dio por hacer memoria y recordé que durante mucho tiempo peleé con la idea de ser mujer, me daba rabia sentirme más débil, odiaba menstruar, me indignaba tener que disfrazarme para asistir a ciertos lugares y fui mil veces impertinente cuando pretendieron que yo supiera hacer cosas domésticas por el simple hecho de ser niña. Un poco tarde me llegó la aceptación también a mí, comencé a ver el mundo y a encontrarme con mujeres encantadoras que me mostraron que hay muchas maneras de ejercer la feminidad, que no hay que renegar de lo rosado para trascender los estereotipos, que hay muchos hombres que respetan y admiran a las mujeres inteligentes y valientes, que no es verdad que todos las prefieran brutas y rubias y que, por lo demás, pocas son así.

Tuve la fortuna de que me permitieran ser como quise, de que no me metieran en moldes y ahora que ya he vivido media existencia puedo afirmar sin dudarlo que me gusta ser mujer, tener la sensibilidad alborotada, compartir la histeria con mis amigas, poder conseguir pequeñas cosas con una simple mirada, ser cuidada y cuidar a otros, hacer cada día lo que se me canta.