No soy analista política. No soy abogada. No soy columnista de opinión. Soy psicóloga. Soy docente. Con base en lo primero, escucho, soy sensible. Con base en lo segundo, leo, leo mucho, trabajo desde una perspectiva que privilegia el análisis del discurso. Tengo preferencias pero no certezas. Actúo pero no soy militante. La mayor parte del tiempo opto por quedarme a un lado, ver lo que sucede, escuchar a los unos y a los otros, tratar de entender (cosa que casi nunca logro).
No grito. No escribo en medios formales sino en blogs, en archivos de word o en cuadernos que no le voy a dar a leer a nadie. No hablo o publico algo más que cuando siento que ha llegado a mí alguna pequeña claridad. Reconozco el talento de otros. Hago eco de lo que me parece sensato o justo. No insulto a nadie. No caso peleas por deporte. Ni siquiera azuzo aquellas pocas en las que, por alguna razón, termino inmiscuida. Dudo siempre. Todo el tiempo. Me avergüenza a veces saberme “tibia” desde la perspectiva de muchos en un montón de temas. Pero al mismo tiempo agradezco ser así. No sabría, en cualquier caso, ser de otra manera. Me causan gran asombro los seguros, los que hablan sin parar y tienen un rosario de claridades sobre uno y mil asuntos. Los que se acuerdan de cada dato, de cada cifra, de mil ejemplos que les dan la razón. Hay de esos en todos los temas, del lado de todas las posiciones. También, los más, se dedican a creer y repetir. No saben mucho pero tampoco dudan. A las dos clases de seres les tengo algo de miedo. Han llegado a la certeza por vías distintas pero su comportamiento se parece mucho: la voluntad de poder, de imponerse. La necesidad de sentirse completos.
Al final, basta con ser psicóloga. O, por serlo, tengo poca esperanza en las ideologías. Sin embargo, sé que ciertos sistemas de ideas propician condiciones más plurales, aun si sus promotores y militantes actúan tan ciegamente como los individualistas a ultranza, los del club del egoísmo sin límites. Egoístas somos todos, sí, pero no del mismo modo. Y no solamente. Para alguna cosa nos ha servido el poder y el lastre del lenguaje. Pensamos. Nos damos cuenta. Podemos cuestionar y decidir. Imaginar. No hacerlo es actuar sin ética. O, para decirlo en términos que resuenen más en mentalidades capitalistas: es desaprovechar nuestra mayor ventaja evolutiva.