jueves, 14 de abril de 2011

Érase una vez mi hermano en Argentina

No encuentro una manera mejor de comenzar que publicar este escrito de diciembre de 2007, cuando mi hermano viajó a la Argentina y se removieron en mí los sueños olvidados de un país en el que, cuando tenía 15 años, juré vivir. Hizo falta casi el doble de ese tiempo para que mi decisión tomara forma, pero lo hizo, y eso es lo que cuenta.

ARGENTINA

Medellín, diciembre 9 de 2007

Me persigue Argentina… o me rehúye, ya no sé. Ese país me desvela, me canta, me enmudece.

Hace ya tiempo que soy presa de su sonido y sus palabras, que río y lloro con gente venida desde allí. Buenos Aires sopla en mi cabeza y es mi hermano, no yo, quien habita esa ciudad, alucinante para él, alucinada para mí, sólo soñada.

La he recorrido con Julio, con Charly, con Rodolfo, en los desesperados bosques de Alejandra, en esas voces inconfundibles que no me canso de escuchar. La he recorrido sin mirarla, sin haber visto jamás una sola calle, sin haber entrado a ningún café, ni visto tango, ni entrado al living de nadie, ni laburado jamás en ningún sitio de allá.

Mi hermano ahora la recorre con sus pies, pisa el asfalto, mira el Obelisco que se eleva omnipotente, que lo observa todo. Yo no estoy allá, pero si está él es un poquito por mí, por la música que escuchó que yo escuchaba, por los libros que dejé regados por la casa, por un alma de cronopio compartida que reverbera en nuestra sangre.

Hoy estuve en Versalles, lugar de un argentino que decidió quedarse aquí. Vi a Borges, vi mate, comí algo de allá pero estando aquí. Luego caminé, subí por una calle que se llama como ese país, me desvíe, entré a Palinuro y allá, enorme, vi una caja que decía ARGENTINA, una caja con un libro de fotos hermosísimas, llenas de colores, de gente, de esa tierra.

De regreso a casa pensé que Argentina me persigue, pero luego caí en cuenta de que tal vez sólo me rehúye. Aparece y desaparece ante mí, se presenta y se esfuma, se van otros, pero no yo. Yo me quedo aquí en Medellín y pienso en Argentina, y leo a Pizarnik y llevo a Cortázar en el alma, pero no dejo este suelo, no vuelo a Buenos Aires, no me voy, no he intentado irme.

Sólo ahora me pregunto por qué; por qué nunca busqué irme y ya ni siquiera lo pienso… Han pasado tantos años desde que Argentina comenzó a fascinarme, desde que yo decía una y otra vez que me iba a ir para allá.

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