viernes, 1 de julio de 2011

El frío terminó siendo lo de menos

En contra de todos los pronósticos, no estoy muriendo de frío y, con el paso de los días, me va dando la impresión de que no lo voy a hacer. Es cuestión de echarse ropa encima, de acostumbrarse a tener 10 kilos de más que no son propios, de disponer de unos cuantos minutos extra para vestirse y revestirse cada día.



Al menos hasta ahora, el frío ha sido lo de menos en este invierno que anuncian inclemente y crudo como pocos. Tal vez me pasó lo mismo que con el tren, que de tanto que me dijeron que iba a ser horrible, terminé preparándome para cosas mucho peores de las que realmente suceden. Ahí donde los ven, el dramatismo femenino y la exageración paisa tienen sus ventajas, y me permitieron estar preparada para una realidad que nunca había vivido y que, en consencuencia, no podía imaginar acertadamente.

Lo que nadie me dijo -aunque debí suponerlo- es que, además del frío, el invierno viene cargado de tristeza, de días brevísimos y muy grises que no son aptos para inmigrantes recién llegados a la adultez que dejaron atrás cosas que se tardaron media vida en construir. Seguramente no es así para todos, habrá quienes estén muertos del frío pero felices de lo que dejaron y lo que vinieron a encontrar y una parte de mí también lo está, y es la que más ha tenido la palabra en este blog, pero a veces otras cosas surgen, el color de rosa palidece ante tanta falta de luz y la presencia de ese sol de utilería que se asoma sólo para recordarnos el calor que no tendremos en tres meses, pero que sí existe en el país que abandonamos.

La división continúa y no la puedo negar. Muerta la novedad, ya no hay nada que oculte la tristeza. 

3 comentarios:

  1. Quizá el invierno, en donde se convive más con la noche que con el día, sea una temporada de internarse, como muchos animales que duran en letargo como reconstruyéndose..., una época en donde más funcionan los ojos hacia adentro que raspando el afuera, de pronto antiguamente era cuando se contaban los mitos y leyendas de esos pueblos. Quizá. yo vivo a 4° al norte del centro de la tierra.

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  2. Entonces lo que dices son más que suposiciones, son casi verdades que has podido constatar en tu experiencia invernal casi permanente... ¿O me equivoco al suponer que hace frío allí?

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  3. Si aquí hace frío, pero no creo que tanto como en un invierno de donde hay estaciones. Estas reflexiones las hice desde hace algunos años, cuando pude vivir algunas experiencias con gentes de otras culturas, y me contaron, y vi y viví, la diferencia entre el día y la noche. Normalmente en la ciudad queremos que el día sea de noche, y la noche parezca de día, pero donde no hay electricidad, la transformación es más notoria, y no solo por la luz. Estas personas con quien conviví, utilizan el día para trabajos cotidianos como la huerta, la cacería, la pesca, la cocina, etc. La noche, con la luz de las fogatas dentro de la vivienda, y con una "afuera" que parece un hueco infinito, la noche es para reunirse, contar al principio lo vivido en el día, y entre más tarde, los temas son más profundos. La noche es como para mirarse por dentro. Luego de ello, años después, conversando con seres queridos que vivían donde hay estaciones, me pareció que el invierno era como una noche de tres meses, y el verano parecía un día muy largo. Imaginaba cómo sería la vida de esas gentes antes de la luz eléctrica, unas sociedades que tienen calefacción y aire acondicionado. Entonces hice esa reflexión.

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