viernes, 16 de septiembre de 2011

Cuando Buenos Aires se volvió paisaje

Lo más triste de vivir en Argentina es que Buenos Aires ha perdido su encanto literario.


Ir allí dejó de ser un sueño para convertirse en la cosa más sencilla (y a veces tediosa) del mundo: tomar un colectivo y tener fe en que el tráfico esté tranquilo y, sobre todo, en que no haya ningún piquete o manifestación en la autopista, ningún paro de empresas transportadoras. Ya no hay magia en Buenos Aires. Es una ciudad tan real que me robaron dos veces en cuatro meses, más de los atracos que tuve que sufrir en Medellín en toda mi vida.

Sigue siendo hermosa y majestuosa, sigue habiendo mil cosas interesantes por hacer, pero sus calles son ya paisaje conocido, su ritmo acelerado me envenena, sus librerías son tantas y tan inmensas que ni siquiera sé hacia dónde mirar. Tal vez la abandoné demasiado prematuramente, pues sólo un mes viví en ella y desde entonces La Plata es el lugar que he aprendido a hacer mío y es tan distinto, tan tranquilo, tan pequeño. 


De La Plata nunca esperé nada, supe a duras penas que existía y no recuerdo haber leído antes sobre ella. No albergaba ninguna esperanza, no la había idealizado, no conocía una sola foto que me permitiera tener una imagen previa de ella y no estaba entre los lugares que soñaba conocer. Y fue mejor así. Despojada de ilusiones, llegué a ella con la sola disposición de conocerla y no deja todavía de sorprenderme. Ya hablé en otro momento de su misteriosa perfección, pero no es sólo eso lo que la vuelve una ciudad donde da gusto estar. Es sobre todo que es un lugar acogedor, que aunque para muchos es de tránsito (por aquello de los muchos estudiantes que vienen de distintos lugares del país y del mundo), no se vuelve un mero lugar de paso, y menos de paseo. 


Para los inmigrantes que venimos a estudiar, y que somos muchos, tiene todo el sentido la canción de Facundo Cabral (oriundo de aquí y trágicamente asesinado): No somos de aquí ni somos de allá, pero la ciudad nos ayuda a sentirnos menos extraños, cosa que presiento no sucede del mismo modo en Buenos Aires. Aquí somos menos y eso nos vuelve también menos anónimos, menos invisibles, y el ritmo es otro, no hay que correr tanto, no nos miran como turistas sino como estudiantes y eso también implica un cambio radical en el trato.


Si por alguna razón que por ahora no está en mis horizontes, decidiera quedarme a vivir en Argentina, creo que me quedaría en La Plata e, igual que ahora, iría a Buenos Aires un par de veces por mes a ver a algunos amigos y hacer recorridos turísticos con esos que vienen por algunos días y quieren ver lo que nos enseñaron que hay que ver: San Telmo, el Obelisco, El Ateneo, Puerto Madero, el Cementerio de Recoleta... Lo bueno es que también puedo llevarlos a otros lugares menos rimbombantes que he descubierto y he aprendido a querer, bares menos céntricos, como el de Roberto y un Havanna especial donde va a atendernos una amiga argentina que adoro y que, tal vez, hasta termine por regalarnos el café.

3 comentarios:

  1. Las referencias turísticas, emotivas y bellas que no aparecen en ninguna agencia de viajes!

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  2. Tiene usted razón... hay que leer más blogs de viajeros, es un acercamiento más humano a los lugares :)

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