miércoles, 12 de octubre de 2011

Ni de aquí ni de allá

Una de las sensaciones recurrentes en los inmigrantes es la de no pertenecer a ningún lugar, sentirse lejos de la tierra originaria y, al mismo tiempo, no estar del todo en el nuevo sitio. Es como estar en el limbo y, sobre todo al principio, cuando son sólo meses lo que ha transcurrido, uno no sabe muy bien para dónde mirar, si privilegiar el ser o el estar. Porque claro, uno sabe muy bien de dónde es, y se acuerda de un millón de cosas, y puede pretender casi casi no haberse ido, no cambiar la hora del reloj, mantenerse conectado a cuanto servicio de contacto existe (skype, gtalk, facebok, messenger, por citar los más comunes), preparar sólo comida colombiana y reunirse con compatriotas (cosa por lo demás nada difícil en Argentina)... Pero eso es un autoengaño supremo, una forma de negación malsana. Estamos aquí, y lo estamos porque quisimos; nadie nos obligó a venir y hasta ahora no he conocido al primero que haya llegado coartado o porque viene huyendo de algo. 

Hasta ahí tengo las cosas claras y procuro actuar en consecuencia. Lo que me hace entrar en crisis son otras cosas, asuntos nimios como el acto de comprar libros u objetos, pues sé que en todo caso he de volver y, cuando ese momento llegue, no sabré qué hacer con todas las cosas adquiridas, con aquello que voy consiguiendo sin darme mucha cuenta y que terminará por suponer más peso en mi equipaje, hasta llegar a un punto en que quizá ni el sobrecupo del avión me alcance. 

Es algo idiota y trascendente al mismo tiempo: me digo que estoy aquí, que necesito sentir que este es mi lugar por unos años, pero al mismo tiempo me asalta esa idea de que es temporal, de que no puedo arraigarme, que tengo que encontrar alguna forma de estar tranquila pero sin acomodarme del todo, porque tarde que temprano llegará el día de volver. Y entonces todo se pone peor: ¿volver adónde? ¿volver cómo? Mi vida de antes no me espera, el lugar que allá tenía ya no es mío, mis cosas están desperdigadas en casas y en cajas, mis amigos y yo misma hemos cambiado... quizá ni mi gato va a reconocerme.

Tal vez estas cosas no le preocupen a todos los viajeros de la tierra y sean sólo pensamientos absurdos en malos días. Pero constituyen mis pequeñas angustias cotidianas, mis preguntas por lo que es y lo que será, por las implicaciones que sobre el ser tiene el estar. 

No soy de aquí no soy de allá. Y lo malo es que ser feliz no es mi color de identidad. 




3 comentarios:

  1. No creo que seas la única en sentir ésas cosas. Yo llevo dos meses en Francia, y te entiendo completamente, aún más cuando decís, ¿volver a qué?

    Saludos.

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  2. Cada cosa tiene su lugar, las que adquieras en este nuevo sitio, pueden ser pasajeras, pero te harán sentirte en casa, luego sólo podrás llevar algunas, las importantes, las que no puedas dejar atrás, pero las otras quedarán ahi, en mi caso caso cuando he tenido que dejar cosas en distintos sitios que no podía llevar comingo, siempre se la he regalado, las importantes a gente que también lo ha sido, las menos las he donado, o simplemente las he dejado ahi...

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  3. Yo soy de los que siempre piensa en viajar y volver. Hoy en día creo que ya no fui capaz de irme de Colombia, porque no tomé la decisión a tiempo, porque por 'amor' me negué la oportunidad de sumergirme en otra cultura, porque simplemente no tuve los pantalones para dejar todo atrás y recomenzar en otro país.

    No me arrepiento de lo que hice, miro el pasado con cariño y a veces me asalta ese deseo de salir sin decirle a nadie y volver en un año o dos, no importa qué tanto cambie lo que uno dejó atrás.

    Mi caso es particular, desde muy pequeño salí de casa y tuve la afortunada habilidad de adaptarme rápidamente en cada lugar en el que estuve.

    Ahora sufro con esta 'experiencia Caribe' a la que me empujó el destino (y el desempleo). Cada tanto voy a mi casa y mis amigos, como tú dices, ya no son lo que eran.

    Al final, solo quedamos nosotros mismos.

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