viernes, 26 de julio de 2013

Póngale el almita al texto

Ya es hora de volver a decir algo. El silencio es hermoso pero no siempre es bueno. No es bueno cuando se torna permanente. Tampoco cuando es el resultado de un nudo en la garganta. Es horrible querer decir algo y no ser capaz, no atreverse. Es casi peor sentirse obligado a enmudecer, sentir que cualquier cosa que se diga carecerá de sentido o podrá ser usado en tu contra. 

Un poco de todo eso me estuvo pasando en este tiempo. Eso y que las obligaciones académicas se han empeñado en absorberme y monopolizar mi capacidad de articular ideas por escrito. Cuando todo se vuelve tan serio, me empiezan a doler los dedos, me entristezco. No quiero que todo sea rigurosidad y fuentes citadas, me resisto a escribir únicamente artículos y capítulos de tesis. Por necesario y relevante que eso sea, hay algo que le falta; y eso que yo trato de ponerle almita a mis trabajos, de soltar aquí y allá algún subtítulo sugerente, de darle un ritmo cadencioso a las palabras, de jugar con sentidos dobles y hasta triples. 

De vez en cuando me encuentro con profesores que celebran esos pequeños guiños literarios, pero hay otros -casi siempre los más jóvenes-, que condenan mi tendencia a mezclar estilos y dicen, a veces con razón, que el trabajo analítico queda subsumido en los ejericios estilísticos. Ahora que lo pienso bien, esto me pasó desde muy temprano: en uno de los primeros cursos de la universidad, un profesor, cuando fui a preguntarle por qué había sacado 3.5 en un trabajo que me entregó sin una sola observación, me dijo: "Ah, vos sos la que escribe como Andrés Caicedo". Yo no supe si saltar en una pata de la felicidad por la comparación o sentarme a llorar porque iba a ser un fracaso en la academia.

Al final, no salieron tan mal las cosas y fui encontrando una especie de equilibrio entre decir las cosas bien y decirlas también bonito. A veces no logro ni lo uno ni lo otro, pero bueno... lo sigo intentado. 


3 comentarios:

  1. Yo creo que no hay que darse tan duro. Igual estas son las tribulaciones con las que luchamos a lo largo de los años. Y al final, uno se da cuenta que son discusiones necias, que si escribir así o asá no s hace felices entonces hay que hacerlo y listo.

    En la Academia uno termina accediendo a "lo que quieren los profesores", así, las buenas calificaciones abren las puertas y uno termina reivindicando su pasión.

    No es mi caso, pero sí ha sido el tema en una que otra tertulia animada.

    Saludos.

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  2. Cómo sería de bueno que la academia le perdiera ese miedo a que sus miembros encuentren un tono propio en sus textos. Además de darle libertad a quien escribe acercaría a un grupo más variado de lectores.
    Por lo cuentas, parece que con los años los mismos profesores encuentran la importancia de permitirse esas libertades.
    Sigue poniéndole el alma, del carajo eso.

    Saludos.

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  3. ¿De verdad le sonó a que me estaba dando duro? No era mi intención lastimarme, jajaja.

    Ya en serio, lo que escribí no es un golpe de pecho por la forma en que suelo hacerlo. De hecho, a mí me gusta el "estilo" que he ido construyendo y suelo ceder poco ante las críticas academicistas, por el simple hecho de que estoy convencida de que la rigurosidad no tiene porque reñir con una forma agradable y rítmica de decir las cosas. No es fácil encontrar el equilibrio, y uno a veces se descacha, pero la única manera de ir perfeccionando la escritura, es escribiendo. Además, como también menciono en el texto, tan mal no me ha ido, y en general, aunque critiquen mis jueguitos de palabras, hasta los profesores más recalcitrantes suelen decirme que escribo bien, y yo con eso quedo contenta :)

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